
Todos ustedes estarán de acuerdo conmigo si les digo que el peor dolor que se puede experimentar es la perdida de un hijo.
El peor dolor de la muerte es, el de ése ser querido, que nos enseña tanto, a la fuerza, y de una forma tan indescriptible.
La pérdida de un hijo es una experiencia extremadamente dolorosa, que supone un impacto familiar y que requiere un proceso de duelo más profundo y delicado.
Ya pueden pasar los años que sean, que el peor dolor nos acompaña más allá de lo imaginable. No hay bálsamos para la vida después de la pérdida, a pesar de que siempre encontraremos buenas personas con afán de consolar. Es difícil.
Hay que aprender a convivir con el dolor. Es lo primero que enseña un hijo cuando se va y nuestra recomendación más conveniente. Es un duelo para toda la vida porque el amor es para siempre, nunca dejaremos de quererle.
Desde nuestro Gabinete enseñamos a convivir con el dolor y entendemos que el dolor es tan grande como el amor que los padres y la familia llevan dentro. La pérdida de un hijo no es una circunstancia con fecha de caducidad, es una pérdida, como comentaba una paciente a la que llamaré Miriam, que transcurre de manera continua, día tras día, cada estación del año, en cada evento y fecha señalada que ya no será igual. Llorar. Llorar es bueno, ayuda a caminar por el dolor sin rendirte, pero no significa que la vida carezca de sentido, incluso de nuevas situaciones de alegría y de felicidad. No debemos sentirnos mal por eso, al contrario, porque se vivirá de una manera más profunda y con una intensidad mayor.
Nuestro homenaje a los padres, a esas madres que cada día transforman el dolor en fuerza incomparable. Que hacen del peor dolor, un legado de amor y que en muchos casos hay otras víctimas de ese dolor, que no queremos dejar de mencionar que son los hermanos.
Si has vivido una experiencia tan dolorosa como la muerte de tu propio hijo o hija, o si estás cerca de alguien que están pasando por esta extrema situación , es conveniente realizar el proceso del duelo para comprender el sufrimiento a modo de acompañante silencioso. No puedes rendirte porque eres un/a valiente.
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